lunes, 13 de agosto de 2012

Sigmund Freud y los Chow Chow



Sabine Etzold - 00:00 horas - 05/03/2006

Corría el mes de marzo de 1932. Paula Fichtl, la imprescindible ama de llaves de los Freud, se dio cuenta enseguida: Thomas Mann, a quien acababa de recibir en la puerta, "era un gran señor". Esta admiración era compartida por el señor de la casa, quien, a su vez, gozaba de la mayor consideración del huésped. Se daban las condiciones para una conversación de alto nivel entre dos gigantes del intelecto. Cada uno de ellos consideraba al otro tan importante como a sí mismo. "Pero los señores sólo hablaron de perros y puros", recuerda Paula Fichtl.

La escena es fácil de imaginar: dos caballeros maduros, vestidos con elegancia, fumando cada uno su habano acompañados de un perro. El animal que estaba a los pies de Freud (1856-1939) era Jofie,su perra Chow Chow, que ha pasado a la historia del psicoanálisis como coterapeuta. Y quizá yacía "en la antiquísima y refinada postura de la esfinge, ese gesto de ídolo animal con la cabeza y el pecho erguidos", como describe Thomas Mann en Señor y perro,el relato en el que rinde homenaje a su inseparable perro Bauschan.

Por entonces, Mann ya sabía muy bien lo provechoso que puede resultar el trato con los perros, sobre todo para los individuos de personalidad compleja. Freud, en cambio, lo había aprendido tarde. Cuando adoptó a su primera perra, Lün,hermana y predecesora de Jofie,ya tenía 72 años y estaba muy enfermo. Siempre había hecho gala de ser poco amigo de los animales. Y sin embargo fue él quien introdujo clandestinamente el primer perro en el círculo familiar: en el verano de 1925 le regaló a su hija Anna el pastor alemán Wolf,para que la protegiera durante los largos paseos que acostumbraba a dar a solas.

Los biógrafos suponen que lo hizo para molestar a su esposa Martha, que no soportaba a los perros. Pero también puede ser que ya desde tiempo atrás le apeteciera secretamente tener uno. El caso es que Anna y su amiga íntima Dorothy Burlingham dieron en el clavo cuando, a su vez, decidieron también regalarle perros a él: primero Lün,a la que siguió Jofie y luego LünYu.Hasta su muerte, Freud tuvo siempre a su lado un chow-chow. La elección de esa raza fue todo un acierto. El chow-chow, el perro de la lengua negra-azulada, pertenece a una de las razas caninas más antiguas del mundo. Procede de China, donde probablemente fue introducido por los tártaros mil años antes de Cristo, y donde era apreciado no sólo como animal de presa y guarda, sino también como suministrador de carne y lana.

La vida de los canes en casa de los Freud no era precisamente fácil. La familia, o dicho de otro modo, la manada, era, gracias a sus miembros femeninos - Martha,Minna,Anna,Paula y sus satélites Lou,Eva,Marie,Dorothy y otras- una auténtica maraña de neurosis en la que el ánimo sencillo del animal necesitaba orientarse. Jofie,a diferencia de su amo, lo conseguía siempre de manera magistral.

Según se cuenta, era tal la perspicacia de Jofie que sabía siempre con exactitud cuándo Freud se disponía a dar por acabada una sesión, y un momento antes se levantaba como para acompañar al paciente a la puerta. Además siempre echaba una mano a su amo con la terapia. Si por ejemplo, después de olisquear a un paciente, se apartaba de él y se escondía gruñendo debajo del escritorio de su amo, Freud daba por hecha la primera parte del diagnóstico. "La gente que le cae mal a Jofie,es porque no es trigo limpio", decía siempre el profesor, según recuerda Paula Fichtl.

Por supuesto, siempre acababa demostrándose que "Jofie tenía razón". Otra tarea que le entusiasmaba era echar a los clientes cuando la sesión se prolongaba demasiado y hasta su propio amo empezaba a impacientarse. Un pacto ideal, provechoso para ambas partes: ¿qué más puede pedir un perro?

Y por todo ello su amo la amaba con todo el corazón. En 1930 le escribe a su discípula y amiga Lou Andreas-Salome, también gran amante de los perros: "Es una criatura fascinante, interesantísima, incluso en lo que tiene de femenino; un ser indómito, instintivo, cariñoso, inteligente y no tan dependiente como pueden serlo otros perros. Siente uno un gran respeto ante esas almas animales".


El alma animal

El experto en almas humanas había descubierto el alma animal. La relación entre el amo y la perra, entre Freud y Jofie,era sin duda la más armoniosa en aquel entorno. Al final de su vida, Freud llegó a la sencilla conclusión de muchos entusiastas de la especie canina: los perros son como las personas, pero mejores. Su hija Anna lo cita con estas palabras: "Los perros aman a sus amigos y muerden a sus enemigos, a diferencia de los seres humanos, que son incapaces de sentir amor puro y siempre se ven obligados a mezclar el amor y el odio en sus relaciones de objeto".

   

Una y otra vez, la supuesta indiferencia de antaño hacia los animales da paso a una auténtica pasión. En 1936 escribe a Marie Bonaparte, también propietaria de un chow-chow, que los perros demuestran a sus amos "un afecto sin ambigüedades", liberan la vida del "agotador conflicto con la cultura", y tienen la "belleza de una existencia colmada en sí misma. Y pese a la gran diferencia en la evolución orgánica, existe el sentimiento de un parentesco profundo, una afinidad innegable".

En enero de 1937, cuando muere Jofie - no se sabe si por un fallo cardiaco tras una operación o porque fue sacrificada debido a un cáncer-, Freud experimenta un duelo sincero. Le escribe a Arnold Zweig: "Siete años de intimidad dejan una huella indeleble". Poco después de la muerte de Jofie le regalan otro chow-chow, Lün Yu o Lün número dos.




Exilio y cuarentena

El inventor del psicoanálisis descubrió a los 72 años las virtudes terapéuticas de los animales. El profesor recelaba de los pacientes que le caían mal a su perra 'Jofie'



Por supuesto, el perro acompañó a Freud al exilio en Inglaterra (1938), donde "el pobre Lün",nada más llegar, fue puesto en cuarentena durante seis meses. Freud está inconsolable y va a visitarlo de vez en cuando con Paula.

Cuando se trata de los perros del profesor, no es Paula la única que tiene memoria selectiva.

Por lo visto, Anna también olvidó (tenemos la tentación de decir "reprimió") que antes de Jofie había habido una Lün número uno, cuyo trágico final fue consecuencia indirecta del complejo entramado de relaciones en casa de los Freud. El accidente ocurrió en 1928 durante las vacaciones del clan al completo en Berchtesgaden: Eva Rosenfeld, la amiga depresiva de Anna, que era psicoanalizada por Freud padre (en presencia de Lün),siente celos de la nueva amiga de Anna, Dorothy Burlingham. Al final, Eva viaja precipitadamente de regreso a Viena, llevándose consigo a la perra por motivos no aclarados. Según su relato, en la estación de Salzburgo, Lün se soltó y no apareció hasta varios días más tarde, aplastada sobre los raíles. Probablemente el chow-chow, llevado por su orgullo y su afán de independencia, había intentado liberarse zafándose de alguien a quien no podía aceptar ni como persona ni como miembro de la manada. Y aquel intento de huida le había costado la vida.

Anna no le hizo ningún reproche a Eva, y enseguida empezó a pensar en proporcionarle un nuevo perro a su padre: "Quizá al cabo de algún tiempo podamos regalarle a papá un sustituto". Sin embargo, la biógrafa de Freud Eva Weissweiler sospecha que Eva, sintiéndose humillada, se había deshecho de la perra en un "acto de venganza", y conjetura que "darle una patada en el trasero aun perro psicoanalista pudo tener un efecto muy liberador para Eva".

Lün número dos fue el último perro en la vida de Freud (las fuentes no dejan claro si se trataba una vez más de una hembra o esta vez era un macho). La enfermedad de Freud había empeorado, y su estado despertaba tanta compasión como horror. Los dolores eran tan insoportables que casi no podía comer ni hablar; a veces Paula Fichtl lo oía gemir en su despacho. Pero una de las cosas que más le dolían, recuerda el ama de llaves, era que "el chow-chow ya no quería estar con él".

Lün, que, como sus predecesoras, había mostrado una asombrosa tolerancia frente a toda clase de olores desagradables, frente al humo del tabaco y otras miasmas en el despacho mal ventilado del terapeuta, no soporta el olor enfermizo y mortal del cáncer y la necrosis ósea. Es posible que se esforzara por conseguirlo, pero al final acabó evitando la compañía del moribundo, no podía olerlo. Así, el animal impartió a su amo una última lección sobre la naturaleza del amor animal: la amarga verdad de la fuerza del instinto y la falta de compasión de un "afecto sin ambigüedades".




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